martes, 28 de mayo de 2013

Un globero en los Pirineos (Capítulo 2 - Tourmalet)

Tras la visita al rey de los Pirineos por la vertiente de Luz Saint Sauveur que hicimos el año pasado tenía en mente aprovechar esta oportunidad para visitar al "gigante" por su otra cara.
 
 
Para ello iba a tener que dar un largo rodeo hasta llegar a Bagnères de Bigorre y además tirar de mapa para tratar de encontrar una ruta adecuada.
 
Una vez planificado el recorrido me puse manos a la obra en un día espectacular en cuanto a la parte climatológica. Ni una nube en el cielo.
 
Salgo de Argeles camino de Boo-Silhen con un buen ritmo que pronto se rompe al chocar con unas rampas más que importantes. Pienso que me he equivocado al elegir este camino, pero pronto la cosa se vuelve más normal y se disfruta horrores del entorno. Camino hacia Ger, Lugagnan y atravieso Juncalas sin ver un solo coche en todo el recorrido.
 

Pronto empieza un puerto largo, pero muy tendido por el que marcho con un ritmo alegre. Me encuentro con muchos ciclistas a los que voy rebasando y dejando atrás.
 
 
Llego a Neuilh y desciendo hasta Bagnères de Bigorre, donde se gira a la derecha sin temor a perderse porque está perfectamente indicado el camino.
 
 
Tras un largo llaneo, la carretera empieza a "picar" hacia arriba, muy suave, pero se nota. El calor empieza a apretar. Paso Campan y voy con atención porque estoy buscando uno de los lugares míticos en la historia del ciclismo. ¡Ahí está! Poco antes de entrar en Sainte Marie de Campan se encuentra una pequeña casa que antiguamente fue una fragua. En ella, hay un placa que recuerda la peripecia que vivió el gran corredor francés Eugène Christophe durante el Tour de 1913.
 
 
Christophe iba excepcionalmente colocado en la General y ansiaba llegar a los Pirineos donde espera lanzar su ataque y colocarse al frente de la clasificación. Durante la sexta etapa, Bayona-Luchon, la situación no se le podía poner mejor. En Oloron Sainte-Marie, el líder , Defraye estaba a 11 minutos por detrás, 14 de Eux-Bonnes, 60 en Argeles, tras haber sobrepasado el Aubisque.
 
Eugène Christophe en el Aubisque - Tour 1913
Christophe estaba volando por las cimas y sentenciando el Tour. En Bareges, en la subida del Tourmalet, ya había dejado a todos los rivales muy atrás, excepto al belga Philippe Thys, que era el único que le veía en la distancia.
 
Christophe llegó a la cima del gran coloso y se detuvo para cambiar la rueda trasera de posición y tener así un desarrollo más adecuado para la bajada.

Habla Christophe:
"Descendí a  toda velocidad hacia el valle. De repente, a unos diez kilómetros de Ste-Marie-de-Campan, siento que algo anda mal con mi dirección. No puedo controlarla más. Presioné los frenos y me detuve. Veo que mi horquilla se ha roto.
Y allí me quede solo en el camino y estaba llorando de rabia. Empecé a buscar un atajo, pensé que tal vez uno de esos senderos que salían de la cuneta me llevaría directamente a Ste-Marie-de-Campan, pero  lloraba tanto que no podía ver nada. Con mi bicicleta en mi hombro, caminé durante más de diez kilómetros. Al llegar a la aldea en Ste-Marie-de-Campan,  me ayudó una chica joven que me llevó a la herrería al otro lado de la aldea. La herrería era del  señor Lecomte". 
 Tardaron más de dos horas en llegar a la herrería. Lecomte se ofreció para soldar la horquilla trasera rota, pero un arbitro de la prueba y los responsables de los equipos rivales no se lo permitieron. Las reglas de entonces sentenciaban que los ciclistas eran los responsables de la reparación de sus bicicletas. Christophe se dedicó entonces a hacer la reparación tal como Lecomte el herrero le indicaba. Tardó tres horas y además el juez de carrera le penalizó con 3 minutos porque Christophe  había permitido que un niño de siete años de edad hiciera funcionar el fuelle para él.
 
 
 
Después de llenarse los bolsillos de comida, Christophe arrancó para subir dos montañas más, el Aspin y el Peyresourde y, terminar la etapa en el séptimo lugar.
 
Impresionante la historia. Así que me recreo en el lugar, rememorando los hechos y tratando de asimilar lo que era el ciclismo entonces.
 
De vuelta a la faena del día, entro en Saint Marie de Campan y me doy de bruces con la famosa fuente. Aprovecho para rellenar los bidones, comer algo y renovar los ánimos, porque aquí es donde se puede decir que empieza de verdad la subida.
 
 
Hasta Gripp las piernas van entrando en calor, pero a partir de aquí la subida se hace muy dura. El calor es muy fuerte y los porcentajes de ascensión son de los buenos.
 
 
La carretera discurre entre árboles, por lo que las sombras hacen un poco más llevadero el asunto. Se alcanza altura rápidamente y, a veces, se intuyen unas vistas espectaculares.
 
 
Se acaba el arbolado, aparece el paisaje típico de la alta montaña y la dureza no decrece ni un ápice. Llego a la zona de las famosas viseras y vislumbro a lo lejos las estación de esquí de La Mognie.
 
 
 
 
El calor me está matando y no hago más que beber y remojarme. Adelanto a algún ciclista que va incluso peor que yo. El paso por La Mognie es demoledor, unas infernales rampas me castigan sin piedad; pero poco a poco voy dejando atrás este sitio que no me gustó nada.
 
 
 
 
Quedan poco más de tres kilómetros y se ve totalmente la carretera hasta el mismo collado. Sobrevivo como puedo, avanzo lentamente y encaro el kilómetro final duro de verdad. Mucha gente en la zona que me anima en varios idiomas, pero no estoy para risas y me limito a pedalear con dignidad.
 
 
 
Llego a la cima de este coloso por segunda vez y la emoción es tremenda. Hay multitud de gente y no me entretengo más que a hacerme la foto de rigor.
 
 
 
 
Y ahora a descansar. Sé que hasta Argeles es todo bajar así que me tomo la cosa con calma, tampoco estoy para grandes alegrías. Me limito a dejarme caer, a disfrutar de la carretera y de la historia que tiene encima.
 
 
A.


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